Hacía ya mucho que tenía problemas con un hombre que vivía en la ciudad y era su propósito resolverlos. ¡Ah! Pero lo que le hubiera gustado que estos tiempos fueran otros, tiempos pasados y maravillosos, en los que las cosas se solucionaban con un apretón de manos en lugar de con un puño.
Pero después de todo, él era un caballero, y debía encontrar la forma de terminar con ese asunto noblemente, fueran los tiempos que fueran.
Y por supuesto lo logró.
Después de años de búsqueda encontró aquel objeto, el que era el más sagrado para su pueblo, y lo llevaba consigo a la ciudad.
Lo sagrado no soportaba ningún tipo de oscuridad, por lo que no podría ser mancillado con la negra violencia, y el hombre sabría respetar eso.
Sobre todo viviendo en aquella ciudad, la que existía para dar hospedaje a
lo sagrado, que estaba organizada de tal manera que en ella no se proyectaba ni el más leve tono azul de la sombra de una sombra.
Estaba decidido, iría a tocar la puerta de ese hombre y ambos se darían la mano hasta que las ideas de los dos estuvieran puestas en su lugar- pensó.